Esta crisis en la que hoy se encuentra inmersa la Universidad de Buenos Aires no es nueva y no arranca hace seis meses, sino que es el momento en el que
alcanza su punto máximo de deterioro. Arranca la noche del 28 de junio de 1966
en la que el poder militar encargando en la Revolución ARGENTINA que conducía Juan Carlos Onganía irrumpió en las aulas, apaleó a estudiantes, profesores e investigadores y la vació de sus principales cabezas intelectuales y pensantes
y con verdadera conciencia de lo que debía ser una Universidad.
Claro está que éste no fue un hecho casual ni apareció de repente. La universidad como tal - en su época de oro - era el centro del conocimiento, la investigación, el debate de ideas, del pensamiento progresista, de una concepción de
país en el que la educación, la ciencia y la tecnología eran la llave esencial para el
desarrollo de la nación y el progreso de sus habitantes. Nada de esto interesaba
a los intereses que representaba el poder autotiratio, acallarla era uno de los tantos medios de instalar el proyecto de país que hoy todavía nos aqueja, el de la exclusión, la crisis educativa, la miseria económica, la concentración de la riqueza
en pocas manos, la distribución inequitativa. Pensar, conocer y cuestionar y transforma a los pueblos en peligrosos.
Muchos de aquellos que crecieron a la sombra de ese atropello hicieron su carrera universitaria apañados por aquella ignominia. Nada ha cambiado, camaleónicamente, asumiendo otras formas, se sigue acallando el conocimiento, el pensamiento, la discusión y el debate.
Se trata hoy de responsabilizar a los estudiantes de su parálisis y se acude a la
intervención judicial para esconder la falta de autoridad, la incapacidad de gestión y porqué no la falta de voluntad de solucionar la crisis con premisas distintas a la conservación de los privilegios y prebendas de sus actores. Sin la rebelión
estudiantil no habría habido ni mayo francés, ni Reforma del 18. No veo entonces porqué tanta insistencia de la "violencia" y la "actitud antidemocrática" de los
estudiantes, lo grave no es que los estudiantes se movilicen más bien debería preocupar lo contrario, lo realmente preocupante es la falta de voluntad y capacidad
de los dirigentes para conducir la crisis.
Hoy la dirigencia universitaria no es distinta al resto de la dirigencia política
del país. Constituido en casta cerrada adueñada de la institución abrigada en un
perverso sistema de representación, de elección indirecta, de padrones controladas y de consejeros obedientes a la hora de levantar la mano, producto de tal sistema de elección. No hemos visto a lo largo de estos seis meses un debate de ideas
y ni siquiera un intento serio de discutir la reforma de estatuto que terminaría
con tal sistema, porque en realidad es el reino del gatopardo: cambiar para que
nada cambie.
¿Por qué nos llenamos la boca diciendo que no se permite el normal funcionamiento de la universidad y no decimos realmente que lo que está atrás es la discusión por el reparto de una caja que no se integra con el escuálido presupuesto
universitario sino por la recaudación de los fondos propios, integrados más quepor los discutidos posgrados, por los ingresos nada desdeñables de los sistemas de
pasantías y de los contratos de asistencia técnica. Por qué no decir que tales fondos se reparten entre la clientela política y la militancia rentada al sólo fin de
mantener un sistema perverso y estático? ¿Por qué callar que los estudiantes que
levantan la mano y nada dicen no conducen centros de estudiantes sino empresas se servicios que producen ingentes recursos para financiar a los militantes y
que no son dirigentes sino gerentes al servicio de algún caudillo político de alguna estructura partidaria?
¿Por qué quejarnos que una minoría de estudiantes revoltosos y no decimos
que son culpables no por lo que dicen y hacen sino porque pertenecen a partidos
de izquierda y además son incómodos por la veracidad de muchos de sus planteos?. Tal vez queremos ocultar que en realidad la conducción de la universidad
la ejercen un grupo de graduados que son figura preponderante en el reparto de
cargos y canonjías tanto o más minoritarios que aquellos a los que cuestionan.
Por que no decir que representan a otros partidos políticos que no son de izquierda ni de derecha. sino que hace mucho perdieron la ideología en pos del
pragmatismo preferentemente económico.
Ha dicho el flamante candidato a Rector que hay que pensar en reformar el
estatuto universitario y para ello consultar a la sociedad. ¿La consultaron tal vez
para llegar a este estado de cosas?. ¿Le dijeron acaso a la sociedad que llevan más
de un año discutiendo cargos y no un modelo de universidad, o la urgente necesidad de desarrollar la investigación., o de levantar el alicaído nivel académico, o
de transparenta el destino de los fondos, o de privilegiar el debate y el conocimiento?. La generalidad del inexistente acuerdo programático es la mayor evidencia de la falta total de proyecto para superar la crisis. El solo escuchar que hay que
consultar a la sociedad insulta a la inteligencia, ni siquiera lo han sometido al debate de la comunidad universitaria, aunque más no sea para comenzar la discusión.
El bochornoso espectáculo al que asistimos los televidentes atónitos en las dos
últimas fallidas sesiones del Consejo Superior es signo evidente que la falta de
acuerdo no programático sino de reparto. La foto de los diarios en la que mostraban a un grupo de estudiantes que no llegaban a cubrir ni siquiera todas las sillas
alrededor de la mesa del Consejo Superior mostraban la innecesariedad de suspender la sesión. La imagen televisiva de la última sesión en la que un grupo de
personas en las que había más periodistas que estudiantes obstruían la puerta de
la entrada de la callea Viamonte del rectorado, mientras empleados y otros actores de la actividad universitaria entraban por la puerta de la calle de la calle Reconquista muestra la inexistente voluntad de sesionar. Quizá la mejor expresión
del montaje sea la exultante cara del candidato a Rector en la prensa de esta mañana, en abierta contradicción con las penurias de un cuerpo ávido por superar
la parálisis administrativa.
Nada los ha detenido, ni la violación voluntaria de la autonomía universitaria pidiendo a los distintos poderes del Estado auxilio para funcionar, ni la judicialización de la actividad universitaria para suplir su falta de voluntad en el mejor de los casos, y en el peor su manifiesta incapacidad para conducir una instituciónn de la importancia, el prestigio y la magnitud de la Universidad de Buenos Aires.
La reforma de los estatutos es imperiosa y necesaria, lleva cinco años dilatándose, el debate sobre el destino de la Universidad y la necesidad de ponerla al
servicio de la sociedad que la sostiene es urgente, darle protagonismo y participación a esa inmensa comunidad universitaria que día a día enseña, aprende, investiga, la sostiene con ingresos magros y gran imaginación es imprescindible, inhibir de desempeñar cargos de dirección académica o institucional a aquellos responsables desde hace cuarenta años de acallarla un aporte a su desarrollo futuro
y una contribución a su progreso,
La Universidad no es una institución aislada y corresponde al Estado que tiene una inmensa deuda con su pueblo -pues nada ha hecho aun por comenzar a
hacer remontar a su sistema educativo la larga pendiente en la que descendió a
partir de los gobiernos autoritarios y su proyecto de país para unos pocos- el darle a las herramientas para desarrollar en libertad sus fines. Estas no son otras que
un adecuado presupuesto del que hoy carece y que no parece que haya voluntad
política de concederle. Pero es a la comunidad universitaria a la que le corresponde producir el cambio estructural que optimice la utilización de tales recursos para su mejor desarrollo y crecimiento y en definitiva para devolverle a la sociedad
lo que ésta le da. No parece que pueda hacerse con estos dirigentes.