Se han cumplido treinta años del golpe militar en Argentina. Es el momento de un balance, desde la distancia de un hecho superado, en parte, por el pueblo argentino.
El golpe militar de 1976 constituye el intento más profundo, jamás antes realizado en el país, para tratar de desmantelar toda forma de organización democrática dentro de la sociedad argentina. Miles de intelectuales, artistas, delegados estudiantiles y de fábricas; maestros y profesores universitarios; científicos destacados; obreros y profesionales, fueron secuestrados, torturados y asesinados de manera sistemática. El setenta por ciento de los secuestrados eran trabajadores. Fue la más alta maquinaria de exterminio dirigida desde el Estado con el fin de impedir toda forma de disenso, reclamo o crítica organizada.
El golpe militar fracasó, sin embargo, en ese objetivo. A pesar de los secuestros y asesinatos, la creciente movilización democrática de la sociedad, las huelgas de ferroviarios, automotrices, servicios eléctricos, estudiantes, enfrentaron al terror. La población no cedió, como bloque, a pesar del retroceso impuesto por el terrorismo de Estado. En miles de casas se ayudaba a los perseguidos, se donaba dinero en los barrios, en las aulas y en las fábricas para las familias de los desaparecidos. Las Madres de Plaza de Mayo no estaban solas; las rodeaba la franja más activa y consciente del pueblo argentino.
La dictadura triunfó, en cambio, en exterminar físicamente a una parte decisiva de toda una generación. Ese vacío tiene su peso: el puente con los jóvenes que hoy reclaman, disienten y piensan, debe labrarse cada día, lenta y pacientemente. Más de treinta mil dirigentes, trabajadores lucidos, científicos creativos, poetas y músicos, fueron asesinados, sin que su aporte natural pudiese ayudar a madurar el futuro de la Argentina.
Junto a ese vacío, que se está llenando con las nuevas generaciones, subsisten ciertos desequilibrios. Las leyes de impunidad han sido anuladas, sí; esto es un gran triunfo debido a la tenaz movilización de la sociedad; pero siguen vigentes los indultos (más de mil acusados), y la lentitud de los procesos (el Estado alega falta de fondos, en medio del mayor superávit fiscal de la historia) conspira contra el debido proceso de los ejecutores de la dictadura. A ello se suman las cárceles de lujo para los militares, que están esperando su muerte natural, como alternativa previa a su proceso, ante la lentitud de los juicios.
Los grupos económicos que encumbraron al empresario Martínez de Hoz como Ministro de Economía, siguen actualmente su camino de ganancias sin haber comparecido ante la Justicia por su rol comprobado en los crímenes dictatoriales. Fueron ellos los beneficiados con el secuestro de los representantes sindicales de fábrica; fueron ellos los bendecidos por el plan económico de expoliación puesto en marcha, a sangre y fuego.
Esta tarea histórica es la que deberá también abordarse, para que quienes planificaron el crimen no pretendan eludir su responsabilidad, encarcelándose sólo a los responsables de aplicar el exterminio.
En este apretado balance, la victoria sobre la impunidad es el hecho central. Pero no deja de preocupar que subsista, a más de veintidós años de la caída de la dictadura, la criminalización de la protesta social (actualmente cinco mil procesados) y que se impida, como hace poco a los trabajadores petroleros de Santa Cruz, ejercer el derecho de huelga, con envío de la Gendarmería. La subsistencia de este tipo de respuestas por parte del Estado, es un gran signo de interrogación sobre las tendencias autoritarias existentes en Argentina.
El triunfo sobre la dictadura genocida de Videla no pudo haberse logrado sin el extraordinario apoyo de los pueblos del mundo y, en primera línea, de los defensores de los derechos humanos. Un lugar destacado en esta lucha le cabe a la FIDH que fue de las primeras organizaciones mundiales en enviar una misión a la Argentina y en pronunciarse públicamente sobre los crímenes atroces cometidos por el gobierno militar. Ese apoyo fue en aquél entonces, para quienes resistíamos aquella larga noche, un rayo de sol y de esperanza inconmensurables.